Duermes a un costado mío con tu
cuerpo ajeno a mis manos,
y nada en mí se mantiene en calma,
una multitud de emociones;
simples y complejas, plurales y singulares, verticales y
horizontales,
se agitan por todo mi cuerpo, prolongando
mi deseo insatisfecho.
Es una multitud irreverente e
insolente, se atiborran uno al otro,
se aplastan sin piedad, sin
solidaridad por compartir una parte tuya,
tanto el odio como el amor
despliegan sus características
para ganar un lugar predilecto y
apreciar en primera fila,
el espectáculo crepúsculo del
movimiento de tu cuerpo.
Tus extremidades se estiran, se
abren como una flor consintiéndome tu cuerpo,
cada movimiento tuyo mis ojos lo
aprecian y seducen a la multitud necia
y la calma nace de tu aliento, cada
parte tuya se despliega por toda la cama
y diluye las sabanas ajustadas a tu cuerpo
y tu desnudez blanca es mi sol de
un nuevo día.
Y entonces, la armonía es mía, no hay
excesos, no hay carencias,
todo es equilibrio, es el mismo Dios
quien juega al amor,
nos sujeta y mueve nuestros cuerpos,
uno con el otro,
y no hay más por hacer, más que entregarme
a la paz de tu cuerpo.
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