Leí sus
miradas con devota precisión
y sentí cada
letra escrita por sus ojos,
me hice
parte de la historia sin simulación mustia
con las
mismas ganas de hacerla mía.
La historia
se hizo real a mis deseos por sus ojos.
Por sus ojos
desee una historia pintada de noches oscuras
y su cuerpo
alumbrando mis ganas.
De esa
historia y las ganas por tenerla
se
endulzaron mis días y mis días fueron placidas horas
con minutos
y segundos dispuestos a la huelga
para no dejarla
ir y siempre tenerla a mi lado.
De esas
miradas y esos ojos que hechizaron a mi corazón
y le dieron
el menjurje exacto para lidiar con el dolor,
de esas
miradas y esos ojos que suplantaron los miedos por el amor
y
convencieron a mis ojos con lenguaje puntual
para ver al
mundo a través de los suyos;
un mundo de
colores, sabores, aromas y texturas inéditas
depositadas
en la dulzura de su mirada tierna y complaciente.
De esas
miradas y esos ojos, ausentes,
mis deseos mueren
y se escribe una nueva historia
que
acobardan a mis días y mis días son insípidos
con minutos
y segundos que se escurren inevitablemente
por el dolor
de su ausencia.
Los
días son fríos y húmedos, son pedazos de muerte
de
sabor amargo y no hay dulzura que me salve,
sus
ojos tan lejos; todo de ella en mí, tan mía, pero sin ella.
Y la
nueva historia me revela el deseo caprichoso
de
enredarme en la palabra “olvido”
vaciarme
de los vicios tercos,
romper
los círculos que giran alrededor de sus ojos,
enseñarme
nuevamente la palabra “amor”